Manuel Muñoz Torralbo
Esta biografía está extraída del libro “75 años de la automoción en España y sus protagonistas: personajes ilustres y empresas. 1940 – 2014” editado por ASEPA en el año 2015.
«La enseñanza que deja huella no es la que se hace d cabeza a cabeza, sino de corazón a corazón». Esta frase del profesor y orador Howard G. Hendricks describe como pocas la manera de transmitir el conocimiento de quien sería uno los más ilustres representantes en España de la enseñanza referida al mundo del motor, Manuel Muñoz Torralbo, profesor de Motores Térmicos durante 48 años en la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales (ETSII) de Madrid.
Nuestro protagonista nace el 16 de marzo de 1928 en el municipio de Cañete de las Torres, en la provincia de Córdoba y a escasos 45 minutos de Jaén. Hijo de farmacéutico y nieto del administrador de fincas del duque de Medinaceli, vive sus primeros años en este pueblo cuya principal actividad era la agricultura, concretamente el cultivo de cereales de secano, pero pronto se traslada a Madrid con sus padres y sus, por aquel entonces, cuatro hermanos.
El estallido de la Guerra Civil en julio de 1936 le sorprende en la capital con tan solo 8 años. No obstante, la señora Torralbo, anticipando lo que acabaría suponiendo la contienda en Madrid, decide mandar a sus hijos a Francia, donde residía su tía, esposa de uno de los hermanos de su padre que había enviudado recientemente. Los cinco pequeños, acompañados por una moza poco versada pero de mucha confianza, se embarcaron en una aventura que concluiría con el regreso a España sin haber pisado el país vecino.
Después de tomar un barco en Valencia, la mujer y los niños serían reconducidos a Bilbao antes de entrar a tierras francesas. Pero otro tío de los Muñoz Torralbo, en este caso hermano de madre, se presentaría allí para recoger a sus sobrinos y recorrer en automóvil los casi 800 kilómetros que separan Bilbao de Córdoba, donde pasaron el resto de la guerra.
Marta Muñoz, hija del catedrático y, como él, especialista en Motores Térmicos, explica que la Guerra Civil no resultó especialmente dura para su progenitor: «La contienda en Córdoba fue más “amable” que en Madrid. Mi padre llegó incluso a ir a la escuela».
Con el final de las hostilidades, los cinco hermanos volvieron a la capital para reunirse con sus padres y retomar la nueva «normalidad» que permitiría la posguerra. En Madrid nacería además el último miembro de la familia.
La vocación de Manuel por la ingeniería no era un secreto para nadie. Desde pequeño le encantaba cacharrear con cualquier artefacto mecánico y mancharse las manos con todo aquello que llevara grasa. No supuso una sorpresa, por tanto, que en 1950 ingresara en la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales de Madrid y que escogiera Mecánica como especialidad. Lo que nadie, ni siquiera el propio interesado, podía imaginar era que acababa de unir su trayectoria con la del centro de enseñanza que sería su «casa» durante cinco décadas.
En el curso de sus cinco años de estudio, Muñoz Torralbo entra en contacto con los motores térmicos y las turbomáquinas, las dos grandes pasiones profesionales de su vida. Antes de terminar la carrera ya trasteaba con ellos bajo la supervisión del catedrático de entonces, Manuel Lucini. Las primeras instalaciones de caldera que hubo en el laboratorio de Motores Térmicos fueron obra de un Manuel veinteañero, ayudante por entonces en la Cátedra de sus amores.
El Proyecto de Fin de Carrera del porfiado estudiante cordobés versaría sobre un motor diésel y sería realizado en BARREIROS, el emporio industrial creado por quien llegaría a ser prominente figura de la automoción española y buen amigo suyo, don Eduardo Barreiros. Aquel trabajo le valió el título de Ingeniero Industrial y, más adelante, el de Doctor Ingeniero Industrial.
En la década de 1950, Manuel Muñoz Torralbo se topa con la otra pasión de su vida, ésta en el terreno personal. Conoce a una joven madrileña de 17 años llamada Conchita y que en adelante será para él, y para las personas de su círculo más íntimo, «Chitina», su aliento y apoyo, amiga y amante, compañera de viaje vital y madre de sus tres hijos. «Mi padre siempre decía que cayó en una enfermedad de amor cuando conoció a mi madre», confiesa complacida su hija Marta.
En los tiempos en que Muñoz Torralbo decide dedicarse a la docencia, era extraño todavía que un profesor tuviera dedicación exclusiva a tales labores. Manuel Lucini, por supuesto, no la tenía; su joven ayudante invertía ya entonces en la Escuela más horas de las que podía dedicarle él.
En cualquier caso, Torralbo da en junio de 1956 el paso acostumbrado de dividir sus horas entre la enseñanza y el trabajo en la empresa e ingresa como ingeniero en la Sociedad de Frenos, Calefacciones y Señales, donde ejerce duran te prácticamente un año. A principios de 1957 entra en la empresa matriz de aquella, ADASA (Armamento de Aviación, S.A.), que le destina a su factoría de Pinto (Madrid) para encargarse de la dirección técnica en la fabricación de equipos de aire acondicionado.
En 1959 se produce el nacimiento de Muñoz Torralbo como empresario. Cambia Pinto, donde se desenvolvía como un empleado competente y con dotes de mando, por Torrejón de Ardoz, donde se radica el fruto de su primera aventura industrial: METOSA, Metalúrgicas de Torrejón S.A.
Nuestro Personaje Ilustre figura como socio principal y director de una empresa cuya actividad primordial consistía en la fabricación de piezas de fundición para empresas de diversas áreas dentro del tejido industrial madrileño. La actividad, que se prolongaría 17 años, se inició con la concesión de la licencia para fabricar equipos de aire acondicionado de mediana potencia Westinghouse, área que el incipiente industrial conocía bien por su experiencia en ADASA.
Las neveras y refrigeradores Kelvinator, los sistemas de transporte de vibración de Sinex y, mucho más tarde, las piezas de fundición de aluminio para camiones y tractores de la empresa BARREIROS en Villaverde, serían también destino de los productos fabricadas por METOSA a lo largo de su existencia. Sin embargo, a los años de su fundación se crearon dos sociedades diferenciadas, quedando METOSA como encargada de la fabricación exclusivamente de piezas para fabricantes de automoción.
Sobre la apuesta de su padre por la metalurgia, Marta Muñoz interpreta que en aquella época existía mucha necesidad de este tipo de suministros «y él vio una buena oportunidad» en el hecho de establecerse como parte del tejido auxiliar que surtía a empresas de mayor tamaño, necesitadas de las piezas de fundición que METOSA y otras firmas fabricaban.
Muñoz Torralbo es una persona inquieta cuya actividad se ha visto muy mermada en los últimos tiempos debido a los achaques de sus muchos años. En la época de la creación de su empresa, repartía su tiempo entre la docencia en la Cátedra, la fundición, las labores de asesoría para otras empresas y la creación y venta de naves industriales. Esta última actividad la realizaba junto a su hermano mayor, Fabián, abogado de profesión. Con una amplia visión empresarial y aprovechando la formación de cada uno, los hermanos vieron una magnífica ocasión de negocio en un área aún por explotar. Torrejón de Ardoz, donde el padre de ambos había comprado una granja que vendió posteriormente, sería el municipio en el que desarrollarían esta actividad.
Una característica muy marcada en la personalidad del catedrático era un exacerbado sentido de la responsabilidad que se manifestaba en todos los campos de su vida y su carrera. En el empresarial, que era el que más desvelos le producía pues se sentía responsable del bienestar de terceros, Manuel prefería, literalmente, vender su coche antes que faltar al pago del sueldo del centenar de trabajadores que llegó a tener en METOSA, como ocurrió en una ocasión en que las cosas no iban todo Io bien que era deseable en la empresa.
En cuanto a la docencia, su discípulo y actual profesor titular de Motores en el Departamento de Ingeniería Energética y Fluidomecánica de la ETSII, Manuel Valdés, cuenta cómo un 31 de julio, al mismísimo borde de las vacaciones, profesor y alumno sudaban la gota gorda para terminar los ensayos ¿e un proyecto que debían entregar ese mismo día. Valdés recuerda a Muñoz Torralbo arremangado, rozando los 40 grados en aquel horno con techo de plomo, trabajando codo con codo.
«Otro en su lugar se hubiera ido a casa dejándome allí para que fuera yo quien terminara los ensayos». Sin embargo, el catedrático no solo «se manchó las manos» en un laboratorio sin aire acondicionado, sino que además terminó con su pupilo de elaborar los informes con los últimos resultados para entregarlos, por supuesto a tiempo, ese abrasador 31 de julio.
Otra anécdota representativa del agudo compromiso con el deber que definía a Manuel Muñoz Torralbo se produjo impartiendo clase. Aquejado de problemas cardiovasculares, el catedrático sufrió varias anginas de pecho y una de ellas le sobrevino delante de sus alumnos. No obstante, lejos de abandonar el aula, terminó de impartir la materia que tocaba aquel día. Y, tras ser operado, como cabra esperar, se reincorporó a su puesto antes de tiempo.
Manuel supuso un nexo de unión entre dos épocas en la Escuela de Ingenieros. El paso del profesor a tiempo parcial dedicado principalmente a su empresa a aquel preocupado especialmente la docencia, tuvo en Muñoz Torralbo uno de sus exponentes más significativos, defensor como era que el progreso en la enseñanza universitaria pasaba necesariamente por la dedicación completa de los profesores. Tal vez por ello, cuando en 1972 aprobó la oposición y ganó la Cátedra de Motores Térmicos en la ETSII, abandonó METOSA, en la que quedó como Consejero Delegado hasta su venta cuatro años más tarde.
Los 70 fueron años en los que se aceleraron los cambios, también en la universidad y en la industria. La crisis energética y la necesaria atención a la Cátedra convencieron a Muñoz Torralbo de vender METOSA, por una cantidad simbólica —una peseta—, a dos trabajadores de la empresa, que seguiría desarrollando su actividad hasta finales de la década. Manuel se quedaría con la nave donde se encontraba la fundición, por la que siguió percibiendo un alquiler, como único «recuerdo» de su aventura empresarial.
La otra vertiente de sus negocios, la creación y venta de naves industriales, también la abandonó en aquella época —solo conservó el mantenimiento de algunas de aquellas instalaciones— para sumergirse de lleno en la docencia.
Los primeros años de la dedicación exclusiva de los profesores dieron lugar a sabrosas anécdotas. Para controlar que el Estado no despilfarraba los recursos económicos que destinaba a sus empleados, el director general de Universidades adoptó la costumbre de acudir sin previo aviso a los centros. Todo aquel que se hubiera acogido al régimen de dedicación exclusiva y no estuviera en su puesto de trabajo, era despedido sin ningún miramiento. Los tiempos necesariamente tenían que cambiar, ¡y vaya si Io estaban haciendo! No obstante, aquellos rigores iniciales fueron cayendo en el olvido con el paso de los años.
La personalidad de Manuel Muñoz Torralbo no se entendería de forma cabal sin sumar a su vocación docente y su perfil emprendedor la creencia que profesaba en la necesidad de formación continua, de la que da buena cuenta su hija Marta: «A mi padre le gustaba todo. Por ejemplo, de máquinas eléctricas también sabía muchísimo. No es tan fácil ser una enciclopedia andante de tanta variedad de campos. Siempre se estaba formando porque tenía que resolver multitud de problemas en los que intervenían infinidad de disciplinas. Necesitaba tener una visión global para poder solucionarlos todos».
Esta formación tan completa le convirtió en una eminencia dentro del sector. Grandes empresas acudían a él solicitando asesoría para resolver determinados desafíos técnicos que se les planteaban. De esta forma, participó en proyectos de investigación financiados por organismos o empresas públicas, entre los que destaca la diagnosis del motor diésel de dos tiempos de la locomotora diésel-eléctrica serie 2.000 de RENFE y otros acerca del uso de materiales cerámicos de circona, con diferentes estructuras cristalinas, en las cámaras de combustión de motores diésel de inyección directa e indirecta.
Informes, estudios, charlas en empresas… Manuel era un hombre capaz de afrontar problemas reales y no un simple teórico. Sabía de lo que hablaba y, si no, se preocupaba por aprenderlo. Siempre con papeles en la mano, Marta recuerda cómo su padre era capaz de trabajar con la televisión y los tres chiquillos revoloteando a su alrededor, por lo que jamás se le veía encerrado en su despacho. «Mi madre siempre decía que, al igual que nosotros tenemos párpados en los ojos, mi padre los tenía en los oídos». Peculiar padre de familia el señor Muñoz.
Otro avance importante en la docencia universitaria fueron los convenios de colaboración universidad-empresa que hasta entonces no existían o empezaban a surgir tímidamente. Muñoz Torralbo se encargó de impulsar dichos acuerdos con el convencimiento de que la universidad podía ayudar a desarrollar las líneas 1+D de las empresas. El convenio que dio pie a la tesis doctoral de Manuel Valdés ( «Modelo matemático del comportamiento de cojinetes de fricción en motores de combustión interna alternativos») con la empresa de cojinetes de fricción Narciso Borja, más tarde COFRISA, fue uno de los ejemplos más destacados de esta nueva orientación del trabajo universitario.
El acuerdo entre el fabricante español y la ETSII dio lugar, por ejemplo, a un nuevo modelo de cálculo de casquillos de deslizamiento. Manuel Valdés desarrolló un programa de simulación que permitía predecir el comportamiento del cojinete cuando este trabajaba dentro del motor. A pesar de que la tesis estuvo dirigida por Jesús Casanova, también discípulo y actual catedrático de Motores Térmicos de la Escuela, la figura de catedrático supervisor la desempeñó Muñoz Torralbo. «Él fue el verdadero inspirador y alma de aquello», recuerda Valdés, y tal fue el compromiso de su mentor que llegó a viajar a EEUU para visitar las fábricas donde se confeccionaban los cojinetes.
La empresa de materiales Ceraten y el grupo industrial Ercros fueron otros de los protagonistas de aquellos convenios universidad-empresa que, promovidos por el catedrático cordobés, tanto contribuyeron al progreso de la enseñanza universitaria en España
Como buen «cacharrero» de vocación, Muñoz Torralbo adoraba el laboratorio, un recinto donde poder experimentar «in situ» que consideraba imprescindible para alumnos y profesores. «Ahora en la universidad ese aspecto ha ido cambiando y ya no importa tanto, pero entonces, para él era fundamental que funcionara y que los profesores estuviéramos en el laboratorio manejando los bancos», explica Casanova, sucesor de Torralbo como catedrático de Motores Térmicos.
El laboratorio actual, aunque transformado y adaptado en forma y equipamiento, conserva la estructura de antaño.
Jesús Casanova recuerda que en su época de estudiante el laboratorio carecía de celdas. Era un espacio diáfano donde los bancos de pruebas no estaban situados en espacios cerrados e independientes. «Recuerdo a Muñoz Torralbo doblado encima del motor de un Seat 124 a tope de potencia. Eso ahora es impensable tanto por razones de seguridad como por el ruido infernal fuera y sobre todo dentro de la sala».
Manuel era consciente de que el laboratorio de Motores Térmicos debía remodelarse. Por ello, se preocupó por buscar financiación para acondicionarlo y equiparlo: un laboratorio obsoleto y mal dotado suponía no tener laboratorio. «Mi proyecto de fin de carrera fue precisamente una celda de ensayo que luego se convirtió en nuestro laboratorio», explica el profesor Manuel Valdés. Esos primeros pasos, continuados por sus sucesores, han dado lugar a un laboratorio de Motores Térmicos que poco tiene que ver con aquel templo de pruebas sin aire acondicionado y con techo de plomo. «Hemos mejorado bastante», concluyen comedidamente Valdés y Casanova.
Nuestro protagonista no cumplía aquello de «en casa de herrero, cuchillo de palo» ya que en sus dominios familiares no necesitaba un laboratorio de pruebas para desmontar y arreglar cuanto aparato llegaba a sus manos. En casa del «Doctor Bacterio» , como le llama cariñosamente su hija Marta, nunca hubo electrodomésticos nuevos. Cada vez que la nevera, el horno o la cocina fallaban, Muñoz Torralbo estudiaba el problema y arreglaba el aparato sin necesidad de comprar otro. «Yo soy ingeniera porque siempre me gustó el cálculo y razonar, pero a mi padre lo que le gusta es el cacharreo», comenta Marta con una sonrisa. «El inconveniente es que ahora tengo que encargarme yo de todos los arreglos y chapuzas de papá»…
Amante, como no podía ser de otra forma, de las motos y los coches, el catedrático tuvo una Morini como moto de juventud hasta que decidió cambiarla por una BMW R75/5 verde metalizada de motorista avezado. En cuanto a los automóviles, el deportivo Seat 124 Sport 1600, icono de finales de los 70, fue su medio de transporte hasta que a mediados de los 80 decidió sustituirlo por un Mercedes 190. Cercano a su jubilación, lo cambió por un lujoso Mercedes Clase S.
Adelantado a su tiempo, Muñoz Torralbo ya entendía la importancia de los idiomas y de salir fuera para desarrollarse personal y profesionalmente. El catedrático hablaba francés y se desenvolvía con el inglés ya que la mayor parte de los manuales que manejaba estaban escritos en dicha lengua. Su espíritu inquieto se traducía en anécdotas como la que relata Marta Muñoz. «A los 16 años insistí para que me mandaran un verano a estudiar inglés. Me fui dos meses a Cambridge con una familia que ahora es íntima amiga de la mía. Mi padre, ni corto ni perezoso, decidió venirse conmigo porque insistía en mejorar su inglés»: mal plan para una adolescente. Al menos «fue a otra familia y a otra academia», dice ahora evocando el relativo alivio de entonces.
Pero poco tardó Manuel en concertar una merienda para conocer a la familia que estaba acogiendo a su única hija. Casualidades de la vida, John, el padre, era maestro de laboratorio de Ingeniería Mecánica en la Universidad de Cambridge, lo que propició el comienzo de una amistad entre los dos hombres que se prolongó durante muchos años.
Esa necesidad de salir al extranjero también se la transmitió a sus discípulos en la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales de Madrid. Los tres profesores que entraron al departamento a comienzos de los 80 hubieron de formarse un tiempo fuera de España. Jesús Casanova, uno de ellos, escogió Suiza como lugar de destino.
Manuel Muñoz Torralbo, integrante de una generación de ingenieros que utilizaban reglas de cálculo, tuvo que adaptarse por fuerza al «tsunami» de la revolución tecnológica. Su inquietud por saber, por no quedarse atrás, fue Io que le mantuvo a flote. No solo aprendió a usar el ordenador sino que además se manejaba bastante bien con los procesadores de textos. «Siempre se preocupó por reciclarse. Sin embargo, nunca conseguimos que se quitara la costumbre de dar al “intro” cada vez que terminaba una línea», comentan Valdés y Casanova entre risas. «En cambio, muchas de las figuras del último libro que escribió, las hizo él solo con un programa de dibujo».
Persona humilde y generosa, Muñoz Torralbo formó escuela y siempre estuvo dispuesto a dar oportunidades a sus pupilos y colaboradores. Francisco Payri, Tomás Sánchez Lencero, Francisco Boada y José María Desantes son solo algunos de los expertos en el campo de las turbomáquinas y los motores alternativos que estuvieron bajo la tutela directa o indirecta del catedrático. Sus discípulos le describen como una persona afectuosa y socarrona. «Me sobran los dedos de una mano para contar las veces que Io vi enfadado», confiesa Manuel Valdés.
Hombre peculiar, querido por todos. Valdés cuenta cómo procuraba salir un minuto antes o un minuto después que Muñoz Torralbo porque, si no, no llegaba al aparcamiento. «No podía hablar y andar a la vez. Cuando iba hablando se paraba», corrobora Jesús Casanova. «Lo mismo le ocurría conduciendo. Él era consciente de que cuando hablaba perdía atención en la carretera y disminuía la velocidad».
Manuel Muñoz Torralbo formaba parte de una hornada de docentes entre los cuales el ansia por publicar, tan presente en la universidad actual, no suponía una obsesión. «Manuel no compartía el afán por publicar constantemente en revistas de impacto», explica Casanova. El catedrático se pasó toda su vida investigando, pero los resultados que obtenía los consagraba únicamente a sus clases y sus alumnos.
En cualquier caso, de sus manos y conocimientos salieron algunas importantes obras escritas. Una especialmente, «Motores de combustión interna alternativos», elaborada al alimón con su discípulo Francisco Payri y publicada en 1984, constituyó durante años el libro de referencia en la materia, y en él colaboraron numerosos profesores que se habían formado a la vera del profesor Muñoz Torralbo. El volumen recibió una profunda actualización y se volvió a publicar con el mismo título en 2011, en una edición de la que fueron responsables Payri y su estrecho colaborador José María Desantes.
Su segundo libro, «Turbomáquinas térmicas: Fundamentos del diseño termodinámico», editado en 2001 y cuyos autores fueron, además del catedrático, Manuel Valdés y su hija, Marta Muñoz, supuso su último trabajo escrito como docente, aunque en puridad lo terminó estando ya retirado.
El volumen de «Turbomáquinas térmicas» fue ganador de dos importantes premios: el que la Fundación General de la Universidad Politécnica de Madrid (de la que depende la ETSII) entregó al mejor libro de texto en el año 2001, y el Premio José Morillo y Farfán en reconocimiento a la labor bibliográfica en materia de Ingeniería Industrial en julio de ese mismo año.
Manuel tenía una mentalidad distintiva incluso para con la «feliz jubilación»- Lejos de acogerse al cargo de profesor emérito, figura que permite desempeñar la docencia hasta los 73 años, Muñoz Torralbo prometió abandonar la Escuela en el año que cumpliera los 70. Tanto Jesús Casanova como Manuel Valdés recuerdan las palabras de su jefe, compañero y amigo: «Yo a los 70 cierro el chiringuito y me voy».
Sin faltar a su palabra, así Io hizo en 1998. Dos subdirecciones, una dirección, otra dirección de departamento y, ante todo, casi cinco décadas de dedicación a la Escuela de Ingenieros de Madrid, eran bagaje más que sobrado para retirarse a disfrutar de los años venideros con la placidez de quienes han cumplido largamente con su deber. Muñoz Torralbo tenía muy presente aquello de que uno debe saber cuándo retirarse y dejar a las generaciones venideras prosperar y emprender su camino.
Sin embargo, el catedrático había dejado una tarea inconclusa, el libro de turbomáquinas. Sin quebrantar su promesa, no volvió a pisar la Escuela como docente. Así pues, en vez de discutir con Valdés acerca de los detalles de la obra en el despacho de la facultad, profesor y discípulo se veían en casa de Muñoz Torralbo. Y aquellas veces que Manuel visitaba a su tocayo en horario de trabajo, le esperaba en su Mercedes y allí, cual espías, trataban los asuntos referentes al libro.
Tras abandonar la Escuela de sus amores, Manuel adoptó otra dedicación exclusiva, en este caso a su familia y especialmente a «Chitina». Acompañante inseparable de su esposa, el catedrático decía ahora que no sabía cómo en otro tiempo le había dado tiempo a trabajar… La bien avenida pareja disfrutaba de su tiempo entre amigos, zarzuelas, hijos, nietos, veraneos en familia, buen vino y mejor comida.
Aunque Muñoz Torralbo anhelaba rememorar, al menos durante un verano, los veranos infantiles de pesca en San Vicente de la Barquera, a su mujer le tiraban más las playas de Levante, de modo que tuvo que encajar esa pequeña frustración. En lo que no hubo discusión fue en el plan de recorrer España y Europa en coche, pues al profesor le encantaba conducir, ni en compartir veraneos en familia en destinos como la isla de Ibiza.
Hasta que los rigores de los años se lo han impedido, Manuel Muñoz Torralbo ha seguido fiel a su afición por los arreglos y las chapuzas domésticas. Nunca ha sido un apasionado de los deportes, salvo que se considere como tal pasear con su mujer, y ha tenido en el aeromodelismo uno de sus «hobbies» más destacados.
Generoso, responsable, humilde, afable, buena gente, inquieto, audaz, socarrón y locuaz son calificativos que salen de los labios de quienes conocen a Manuel Muñoz Torralbo. En su faceta profesional, ha sido un profesor que, desde la vocación, creó escuela y cambió radicalmente la enseñanza universitaria en materia de motores. Esa transformación no habría sido posible sin el «motor» de su conocimiento y dedicación.