ENRIQUE MEDINA

Don Enrique Medina nació en Madrid, el 25 de Enero 1912. Ingresó en la Escuela Central de Ingenieros Industriales en 1922, con tan sólo 10 años. No ingresó como estudiante de ingeniería sino como aprendiz en el taller mecánico. Llegó de la mano de su tío, D. Enrique Martínez Pastor, que era el encargado del taller cuando la Escuela se encontraba todavía en la calle de Fuencarral.

Probablemente no hay nadie que haya permanecido tantos años ligado a la Escuela como Don Enrique. Se jubiló a los 70 años, lo cual arroja un total de 60 años viendo pasar promociones de nuevos alumnos, entregas de títulos, nombramientos de catedráticos y sucesión de directores.

Me entrevisté por primera vez con Don Enrique el día 12 de Enero de 1996, en el Centro Cultural Nicolás Salmerón. Mientras tomábamos café, Don Enrique iba extrayendo de su portentosa memoria datos y anécdotas de casi todos los profesores que yo le nombraba. Le gusta presumir de los años pasados en la Escuela “…Esto mejor que yo no lo sabe nadie…”. Creo que no exagera. He aquí algunas muestras de su experiencia.

Lógicamente, los mejores recuerdos están relacionados con el taller mecánico. Según Don Enrique, el taller mecánico lo era todo. Por allí pasaban no sólo los alumnos de la especialidad mecánica, sino todas las cátedras que necesitaban un mecanismo hecho a medida para un experimento. Don Enrique lo mismo enderezaba un eje, que torneaba una pieza, o labraba un engranaje.

Al taller podía entrar todo aquel que quisiera aprender la práctica, lo que en clase sólo se ve en los libros. Ver los colores de la viruta de acero después de arrancada, aprender a fresar, a mandrinar, rectificar… Para todos esos menesteres estaba don Enrique, el cual sólo exigía una condición: “…el que venga aquí, ya sabe…a trabajar duro…”. Nuestro maestro de taller no sólo daba las prácticas obligatorias de la asignatura, sino que ponía a disposición de los alumnos todas las máquinas del taller. Algunos de los que más se beneficiaron de estas enseñanzas fueron D. Emilio Bautista y D. Manuel Muñoz Torralbo. D. Enrique Medina siente con tristeza que hoy no se pueda hacer todo esto, “no sabéis hacer nada, no tenéis ni idea”.

Cuenta don Enrique que el taller se encontraba, antes de la Guerra, justo debajo de la cúpula del edificio, “…a veces incluso nos caían gotas de agua que se colaba por los cristales…” . El taller se componía fundamentalmente de un torno, una fresa, la piedra de esmeril, la bancada, el motor Diesel, la máquina de vapor con su caldera, una fragua, una forja, y el banco de ajuste, donde los alumnos aprendían a limar. Todas las máquinas herramientas que hemos citado estaban accionadas por un eje común, levantado del suelo una cierta altura, y que transmitía la fuerza a la máquina a través de poleas que el maestro disponía según la máquina que quisiera utilizar. Algo parecido al accionamiento de los antiguos telares, que eran movidos por una sola máquina de vapor.

Al taller se accedía directamente desde la puerta principal, y a mano derecha comunicaba con las dependencias del cuartel de la Guardia Civil.

De las prácticas en el taller recuerda don Enrique a muchos alumnos, y a una alumna, “la Careaga”, que “…era muy simpática. Los chicos a veces la miraban demasiado cuando se subía por la escalerilla del motor Diesel.” El ambiente entre los compañeros era muy familiar, pues dentro de una especialidad no solían ser más de 10 alumnos.

Otra función que desempeñó don Enrique durante muchos años fue la de “profesor de autoescuela”. Bajo sus enseñanzas pasaron más de 20 generaciones, ” y a todos les enseñaba yo a conducir”. Profesores que hoy siguen en la Escuela como Eugenio Andrés Puente o Juan Miró Chavarría aprendieron a conducir con él. El coche era siempre el mismo, un antiguo Hispano Suiza, un coche con mucha historia. Posteriormente, se pasó a un Dauphine.

El catedrático que se encargaba de Motores y del Taller Mecánico cuando entró en la Escuela Enrique Medina era Pedro Miguel de Artíñano, a quien recuerda con mucho cariño. “Era un hombre maravilloso”. Los hermanos Artíñano tenían una empresa, la “Sociedad de Montajes”, que se dedicaba a las instalaciones eléctricas. Por ejemplo, trabajaron en la central de Valladolid, en la de Tánger, y en muchas otras. También aquí prestaba su ayuda de vez en cuando Don Enrique. El encargado de continuar la dirección de la empresa fue José María de Artíñano, hijo de Gervasio.

Las habilidades que poseía Don Enrique le llevaron a ser el hombre indispensable allí donde hacía falta instalar una máquina, del tipo que fuera. De este modo montó muchos de los laboratorios que existen hoy día. Por ejemplo, el de resistencia de materiales, diseñado por don Fernando Rodríguez-Avial, catedrático de resistencia de materiales. Las máquinas del laboratorio de resistencia (ensayo a tracción, péndulo Charpy…) son suizas, pero fueron traídas de Alemania durante la II Guerra Mundial, burlando el embargo que pesaba sobre aquel país y estuvieron retenidas mucho tiempo en Francia. Posteriormente, cuando se montaron en España las Escuelas Laborales de Tarragona, Sevilla y Córdoba, don Enrique fue llamado para montar los laboratorios de ensayo de materiales de esos centros.

También montó el laboratorio de automóviles y el de Mecánica de Fluidos y Máquinas Hidráulicas de la Escuela. Este último fue montado gracias a la ayuda alemana, y también en esta ocasión colaboró don Enrique.

Antes de entrevistarme con Don Enrique Medina me preparé una lista con todas las cuestiones que quería tratar. Después fui leyendo uno a uno los nombres de los que ya tenía referencias. De algunos hablaba más, y de otros, casi nada. Cuando llegué a Don Manuel Soto, Don Enrique se reclinó sobre el respaldo de la silla y me dijo “¿Quieres fumar?”. Quería tomarse lo del señor Soto con tiempo y con sosiego. Así, mientras fumábamos unos Celtas, Don Enrique me contó que para él, Don Manuel, “fue el mejor”. Enrique Medina tenía mucho trato con el director de la Escuela. Este a menudo le pedía opinión acerca de aspectos que se podían mejorar. Según Don Enrique, la táctica que había hecho del señor Soto un ejecutivo capaz de llevar a la vez la dirección de las tres Escuelas, la Compañía Transmediterránea y la Unión Naval de Levante, era dejarse aconsejar en cada sitio por los mejores y saber escuchar.

También siente gran admiración Don Enrique por el señor Muñoz Torralbo, y a quien recuerda aplicarse afanosamente en el taller, “era muy inteligente, de los que han mamado las máquinas, sabía incluso predecir a ojo cuánto costaría y cuánto se tardaría en fabricar una pieza”.

Entrevistar a don Enrique Medina ha sido para mí uno de los mayores honores que me han cabido durante la realización de este trabajo.

El Hispano-Suiza de la Autoescuela de la Escuela Central.
Dos máquinas de vapor en el actual emplazamiento del laboratorio de Máquinas Térmicas.